Como si fuera un perfecto Cisne Negro, el brote de un imprevisible virus llegó para recordarnos que la globalización existe tanto para lo bueno como para lo malo. La pregunta a responder es qué riesgos estamos dispuestos a tomar con tal de mantener la interconexión mundial.
El mundo recibió el año 2020 con una buena noticia. El 15 de enero Estados Unidos y China firmaron la Fase I de un acuerdo que puso fin a 18 meses consecutivos de enfrentamientos comerciales, que tuvieron en crisis a todo el comercio mundial.
Pero, cuando todos los países empezaban a sonreír y las proyecciones de crecimiento mundial eran mayores, un imponderable suceso cambió el ánimo de todos. Como si fuera un perfecto Cisne Negro, por su imprevisibilidad y consecuencias extremas, el brote de un virus, llamado Coronavirus, volvió a golpear al mundo entero.
El virus, técnicamente denominado Covid-19, se originó en la ciudad china Wuhan, según versiones oficiales. Lamentablemente no demoró en propagarse hacia otras regiones. Italia, Corea del Sur e Irán se convirtieron en nuevos focos de infección, mientras que el virus también llegó al continente americano, con afectados en Estados Unidos, México y Brasil, entre otros países. Para los primeros días de marzo, más de 95 mil son los casos confirmados, con un total de 3.300 muertes.
Sin embargo, el brote del Coronavirus no solo ocasionó problemas de salud. Las pésimas consecuencias económicas sacudieron a los mercados mundiales e interrumpieron las cadenas de suministro que actúan como sostén de la economía mundial.
Por ejemplo, los precios de las materias primas industriales clave como el cobre, el hierro y el aluminio se han desplomado desde que apareció el virus. Por otro lado, las monedas de aquellos países que exportan este tipo de bienes se ubican en los niveles más bajos que se hayan registrado recientemente. Y, como si fuera poco, los productores, las mineras y los fabricantes de productos básicos comenzaron a retrasar la producción por miedo a saturar sus inventarios.
Por lo tanto, queda demostrado que el primer problema a nivel económico radica en la oferta de bienes, lo que afecta tanto el crecimiento de China como el del comercio mundial, ya que el gigante asiático es considerado “la fábrica del mundo”.
La incertidumbre y el miedo creciente de que el virus permanezca sin vacuna y se expanda de manera masiva hacia otras regiones repercute negativamente en la confianza de los consumidores y las empresas y, a su vez, en las decisiones de gasto e inversión. Por lo tanto, a los problemas de oferta mundial de bienes se suman los problemas de demanda mundial.
No solo la economía real sino también los mercados bursátiles se han visto afectados. Debido al Coronavirus las bolsas mundiales sufrieron las peores caídas desde la crisis de 2008, desatando una nueva crisis financiera. Lo que principalmente estresa a los mercados financieros no es el virus en sí, sino el hecho de que el impacto económico que puede generar es totalmente imprevisible y es justamente esa incertidumbre la que hace que las bolsas caigan.
Hoy los mercados llaman a gritos a los inversores amantes de los altos riesgos financieros. ¡Inversores conservadores abstenerse! Los inversores adversos al riesgo están acudiendo más que nunca a inversiones “seguras” (así lo expreso porque la seguridad plena en los mercados financieros no existe), como deuda pública, o se inclinan simplemente por refugiar el valor de sus inversiones en activos como el oro o el dólar. Por lo tanto, como creció fuertemente la demanda de bonos, sus rendimientos disminuyeron y sus precios aumentaron; un perfecto accionar de la oferta y la demanda. A esto se le suma que los bancos centrales más importantes del mundo, como ser la Reserva Federal de los Estados Unidos, tomaron la decisión de bajar la tasa de interés, con el objetivo de respaldar sus economías ante la amenaza de una recesión económica mundial.
En cuanto a los planes de inversión desde una óptica empresarial, las compañías en general han adoptado una postura cautelosa de “esperar y mirar” (“wait and see”).
Todo nos hace pensar que el mundo está en las puertas de una contracción general, o al menos de un crecimiento desacelerado. Que tal recesión sea una preocupación pasajera o un shock grave depende tanto de la expansión del virus como del comportamiento de la economía en su conjunto.
Si, como ya ocurrió con otros brotes, la propagación del virus se contiene en los próximos meses y vuelve gradualmente la confianza en los consumidores, la actividad económica debería recuperarse con bastante rapidez durante el segundo semestre del año.
El Coronavirus llegó para recordarnos que el mundo está globalizado tanto para lo bueno como para lo malo. Por lo tanto, lo que todos deberíamos cuestionarnos es verdaderamente qué riesgos estamos dispuestos a asumir con tal de mantener la creciente, y aparentemente imparable, interconexión mundial.
¡Hasta la próxima!
By Julieta Colella for Create Trade